ASESORAMIENTO FILOSÓFICO

Una de las prácticas filosóficas más novedosas en el ámbito del autoconocimiento, el análisis y la introspección personal. Aunque su origen se remonta a las sesiones que Gerd. B. Achenbach propuso bajo el rótulo de «consultoría o asesoramiento filosófico», la evolución, expansión y ramificación de las metodologías por las que podemos llevar a cabo este ejercicio filosófico, hacen de esta rama de la filosofía práctica un campo en constante desarrollo y con una perspectiva abierta.

El coach y la palabrería: lo que no hacemos en asesoramiento filosófico.

En los últimos tiempos (y, sobre todo, tras la enorme necesidad de apoyo psicológico que se ha demandado a nivel global tras el impacto que ha causado la pandemia) la figura del coach motivacional y una enorme oferta de tratamientos físicos (yoga, mindfullness, etc) se han apoderado del panorama psíquico-emocional ofreciendo sus beneficios. La palabra del «guía espiritual» ocupa un lugar dudoso y borroso dentro de este panorama de autoayuda tan potente pues no deja de suponer una suerte de pseudoterapia (para nada científica) que alberga una promesa de salvación. El paciente alcanzará los objetivos propuestos si sigue un plan trazado pues, de eso se trata: de alcanzar un objetivo. Es precisamente esa visión del acompañamiento emocional de la que nos queremos desmarcar en el trabajo de asesoramiento filosófico.

Desde una óptica marcadamente capitalista, se le crea una ilusión de felicidad: la promesa de que el «pago de su deuda» podrá solventar el dolor, el miedo y la ansiedad. Todo es posible para quien quiere ser feliz pues (esto es lo que se vende) la felicidad es siempre alcanzable (solamente nos estábamos equivocando de camino y tenemos que seguir el camino correcto) Se superpone así un deseo falso, a fin de cuentas, ya que nadie más que uno mismo puede satisfacer la conformación de un horizonte de sentido, la asunción de la propia perspectiva vital y la generación y consolidación de un sistema de valores personal que tienda a la homeostasis.

¿Cómo trabajamos en asesoramiento filosófico?

En este sentido, el asesoramiento filosófico se presenta como una propuesta práctica de base filosófica en la que el consultante busca encarnar una pedagogía propia con la que rastrear y rastrearse desde la emoción, la creencia y la puesta en acto. La particularidad del asesoramiento filosófico reside, como es evidente, en la perspectiva filosófica, en la necesidad de descubrimiento y mejora personal y, en mi opinión, en la imposibilidad de realizar esa tarea o quehacer de mejora sin el empoderamiento propio consustancial a la filosofía.

Por esto se discute también si la felicidad es algo que pueda aprenderse o adquirirse por costumbre o por cualquier otro ejercicio, o si sobreviene por algún destino divino o incluso por fortuna (…) Parece que aun cuando no sea enviada por los dioses sino que sobrevenga mediante la virtud y cierto aprendizaje o ejercicio, se encuentra entre las cosas más divinas (…) Es además común a muchos, ya que lo pueden alcanzar mediante cierto tipo de aprendizaje y estudio todos los que no están incapacitados para la virtud

Aristóteles

Desde el momento en que no hay una posición de superioridad por parte del asesor no podemos adjudicarle un saber privilegiado y, por ello, puede guiar hacia el descubrimiento socrático y mayéutico. Es por ello que la ausencia de imposición del deseo por parte del asesor filosófico ha de ser radical y mantenerse en la más absoluta asepsia.

Nuestra propuesta en la consulta parte de una actitud inicial de comprensión y suspensión del juicio: no debemos emitir juicios valorativos a propósito de los valores fundantes y las acciones que de ellos se derivan que trae el consultante. En este punto podemos plantearnos cómo un simple asesor filosófico (que suponemos sin medios clínicos de ningún tipo y sin herramientas psicológicas canónicas) puede identificar qué tipo de situaciones existenciales puede abordar de una forma honesta y cuáles no. Para ello, y desde mi punto de vista, el asesor debe mantener una actitud responsable y hacerse cargo de aquello que puede enmarcarse en el contexto de una reflexión puramente existenciaria. Además es muy recomendable la formación complementaria en cualquier tipo de terapias o rama de la psicología (sea esta más científica o humanística) que el asesor considere acordes a su planteamiento y que le permitan comprender de una forma holística el funcionamiento de la psiqué humana desde diferentes perspectivas.

A tal fin responde la batería de cuestiones que proponemos a continuación y que el asesor debería plantearse tras la o las sesiones iniciales o de contacto con el consultante:

– ¿Es el discurso del consultante susceptible de ser problematizado desde conceptos filosóficos fundamentales? Recurrencia a los conceptos clásicos: bondad, belleza, verdad.

– Si esto es así, ¿podemos suponer que la elucidación de dichas cuestiones desde una perspectiva filosófica puede mover al sujeto a determinados fines prácticos? ¿Encontramos un interés o motivación por el cambio de valores o actitudes en el discurso del consultante?¿Percibimos únicamente un deseo de problematización teorética?

– ¿Cómo llevar a cabo una escucha de forma comprensiva ante una situación planteada por el consultante que choque frontalmente contra los valores más básicos, la buena voluntad o los Derechos Humanos? Anímica y psicológicamente hablando: ¿me encuentro en disposición de abordar esta escucha y ayudar?

– ¿Hay un interés más o menos explícito por la filosofía académica?

Uno de los primeros objetivos del asesor es la detección de las creencias fundantes de valores y actitudes que parecen conflictivas y problemáticas, que limitan y condicionan la plenitud vital. Estas creencias están efectivamente referidas a tres ámbitos fundamentales: uno mismo, los otros y el cosmos. El ejercicio fundamental que llevaremos a cabo es el cuestionamiento del origen y la veracidad de esas creencias, para lo que será necesario que el asesorado exponga las razones que las sostienen. Una vez puestos en cuestión por el propio sujeto se le invita por lo general a que examine, de la forma más lúcida y atenta posible, qué estados afectivos asocia a dichas creencias. Un buen ejercicio mayéutico ha de abordarse siempre desde una comprensión sentida o emocionalmente centrada por parte del sujeto, es decir, el asentimiento o negación de aquellas conclusiones, parciales o totales, a las que ha llegado en la o las sesiones. Igualmente, es el propio asesorado el que debe indagar que consecuencias prácticas se derivan del sostenimiento o negación de las comprensiones alcanzadas y cómo estas mueven el sistema de creencias que conforman su cosmovisión.

El Análisis filosófico debe entenderse como un ejercicio filosófico para tratar las neurosis comunes. Se trabaja con las falacias en los conceptos y las creencias del consultante. Es la propia comprensión filosófica la que nos facilita el camino del acompañamiento, guardando las distancias con el discurso paternalista y moralista y solventando de este modo los problemas que pueda generar esa pretendida visión ofrecida por el predicador al tratar imponer un código moral. Ni siquiera podemos señalar al sujeto las posibles soluciones que la vida le ofrece porque, a nuestro parecer, esas soluciones son las moralmente correctas.

Podemos detectar, en este sentido un problema: si la tarea del asesor no puede ser interpretativa ni prescriptiva, sino que deba ajustarse lo mejor posible a la descripción, podemos caer de nuevo, en la paradoja del “buen intérprete”: aquel que describe mejor la situación, está en condiciones de devolver al asesorado una posición más aséptica o referencial, en todo caso, más objetiva. De nuevo el asesor se convertiría en una autoridad discursiva al ofrecer las descripciones válidas frente a las in-válidas del asesorado. Esto, a mi entender, es en buena parte falaz ya que el lenguaje (y el diálogo por definición, específicamente el filosófico) requieren de una dosis necesaria de interpretación para elaborar la comprensión: el significado, en su carácter dinámico, sólo puede mostrarse como veraz, en el sentido que venimos esbozando, en la medida en que atraviesa una serie de vehiculaciones interpretativas.

Pretender ponerse en el lugar del descriptor ideal de la situación emocional y vital del otro es uno de los problemas centrales de terapias como la psicoanalítica, interpretativa por definición, que le ha llevado a ser considerada poco menos que una pseudociencia. Pero ignorar la capacidad simbólica inherente a todo lenguaje, más el articulado, es dar la espalda a un factor crucial en todo proceso de aprendizaje: compartimos aquello que consideramos conocimiento (o, en todo caso, lo que consideramos que responde a un intuición de verdad / saber…) mediante formas lingüísticas. Si el asesoramiento filosófico quiere realmente desmarcarse de movimientos y relaciones de ayuda como el coaching debe cuidar de una forma especial este punto, ya que es uno de los puntos clave a los que se recurre para diferenciarlo de otras relaciones “terapéuticas”. ¿Cómo evitar la moralina, el consejo incluso, el dogmatismo o la proyección en una relación basada en una praxis filosófica responsable?

Haciéndose conscientes de ello y manteniendo esta consciencia en la praxis filosófica concreta: dado el carácter estructuralmente simbólico del lenguaje (y en AF se trabaja fundamentalmente con construcciones lingüísticas) hemos de ser conscientes de la imposibilidad de no transferir significaciones subjetivas, interpretativas… Por ello, lo más responsable a mi entender es trabajar con ellas, es decir, considerar el desplazamiento del significado como una herramienta más en procedimientos específicamente filosóficos, como pueden serlo especialmente el análisis conceptual.

Asumiendo una filosofía personal y madurada que se ha ido conformando con una suerte de coherencia al hilo de la propia vida como base del planteamiento didáctico que se ofrece: no podemos improvisar un centramiento que nosotros no tenemos . Asesorar desde la filosofía implica recorrer un camino íntimo y personal con alguien y este acompañamiento debe fundarse en la voluntad de elicitar la experiencia práctica de la filosofía en la propia vida. Poseer un enfoque filosófico no significa, por otra parte, enseñar prioritariamente o únicamente desde los autores o corrientes que configuran esa orientación. Más bien, implica basarse en un entramado filosófico de referentes capaces de dar cuenta del problema del aprendizaje mismo así como de las preguntas y problemas fundamentales de la filosofía. Por supuesto, poseer un enfoque que vehicúle una relación de filosofía práctica no está reñido con hacerlo explícito a aquel que desea acerarse al discurso filosófico con el fin de que comprenda nuestra metodología de base.

En este sentido, en el asesoramiento filosófico no puede (ni debe) considerarse una terapia en un sentido científico. Asimismo, resiste a la crítica que hemos esbozado porque no alberga ninguna falsa «promesa de salvación». Un acompañamiento específicamente filosófico rastrea en el constructo valorativo y en las creencias de aquel que quiere clarificarse (y que será, finalmente, quien pueda dar con su posible solución, su mejor versión de sí mismo, su mejor proyecto u objetivo y su mejor manera de alcanzarlo)